Nuestro objetivo es acompañarlos en el descenso de peso, mediante la reeducación en relación con la alimentación, procurando cambios de hábitos, brindando información, herramientas y técnicas para arribar a un peso saludable y mantenerlo en el tiempo.

HAY QUE COMER SIN SAL








Los argentinos consumimos un promedio de 11 gramos de sal por día per cápita, según el Ministerio de Salud de la Nación, cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud son 5 gramos.

Sólo el 15% de este valor proviene de la sal agregada en la mesa o al cocinar, y menos del 12%, del contenido de los alimentos naturales, como frutas, verduras, legumbres y carnes. Entonces, el altísimo consumo de sal de nuestra población deriva de los alimentos industrializados (enlatados, congelados, envasados en general): se trata de la sal que se incorpora durante el mismo proceso de elaboración, sobre la cual los consumidores no tienen participación ni conocimiento.

Esto sucede porque la sal se usa en una gran cantidad de productos como saborizante y conservante, incluso en alimentos que pueden no tener sabor salado, por ejemplo: panes, lácteos, bebidas, galletitas y conservas.

Si bien la mayoría de los consumidores está al tanto del daño para la salud que provoca el excesivo consumo de sal, la mayoría desconoce la enorme cantidad de este elemento que tienen los alimentos procesados. Además, los consumidores consideran que las etiquetas que proveen la información nutricional son poco claras.

La sal es necesaria para la vida pero en mínimas cantidades. Su consumo excesivo es una de las principales causas de hipertensión que, a la vez, representa el mayor factor de muerte en la Argentina. En nuestro país, la hipertensión afecta a una de cada tres personas y se presenta con casi el doble de frecuencia en los grupos con ingresos económicos más bajos. El daño debido a un alto consumo de sal no está limitado solamente a las personas hipertensas. Consumir demasiada sal, en cualquier persona y a toda edad, puede provocar enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares y renales, además de osteoporosis, diabetes y cáncer de estómago. Reducir el consumo de sal es una de las medidas más eficaces para evitar muertes y enfermedades.

Si bien colocar menor cantidad de sal durante la cocción o en la comida es un hábito recomendable, no llega a ser suficiente. Para bajar el consumo de manera considerable es necesario contar con medidas de salud pública que intervengan sobre el proceso de industrialización. El rol del Estado es fundamental para regular el contenido de sal en alimentos procesados, restringir la publicidad de alimentos no saludables y optimizar las etiquetas de los productos para informar adecuadamente a los consumidores.

En nuestro país se aprobó recientemente una ley nacional que regula el consumo de sal, fija valores máximos para el contenido de sal en ciertos grupos de alimentos y promueve campañas de concientización sobre la ingesta de sal, entre otras medidas. Se trata de un avance muy importante y son muy pocos los países del mundo que cuentan con regulación en el tema. Es un buen comienzo, pero solo su adecuada implementación garantizará la efectiva protección de la salud. Lograr que el consumo de sal diario baje tres gramos, puede prevenir cerca de 6.000 muertes por enfermedad cardiovascular y ataques cerebrales cada año.

El acceso a una alimentación saludable es un derecho y debe ser un tema prioritario en la agenda de salud, porque contribuye a reducir la mortalidad y la discapacidad, a mejorar la calidad de vida y a reducir la desigualdad.







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